Educomunicar, vaya palabra. Hace
cinco meses no la había oído en mi vida, y sin embargo ha ido tomando forma
hasta convertirse en un concepto útil y con mucho significado, que revela mucho
más de primeras parece ser.
Como estudiantes y teniendo en
cuenta que desarrollaremos esta actividad como mínimo hasta los 16 años, ¿Qué
es lo que buscamos en la educación, o qué nos gustaría recibir de ella? ¿Nos
conformamos únicamente con ser receptores de los conocimientos de un profesor
que da su clase y sale de ella satisfecho porque ha conseguido explicar todo lo
que tenía programado, o bien desearíamos apartarnos un poco de esa línea que va
del emisor (docente) a receptor (alumno) y tratar de intercambiar conocimientos
y experiencias e incluso
poder trabajar y cultivar otros
campos más personales que nos permitan adquirir capacidades del tipo emocional,
por ejemplo, que nos ayudarán en nuestro desarrollo personal?
“Childens full of life” es una buena muestra de lo que quiero
decir. En este colegio japonés, muy alejado de ese estereotipo que tenemos de
un país que es rígido con sus estudiantes, con sus gentes, percibiéndose como una cultura un tanto fría, un profesor se
implica con sus alumnos y trata de formarles en todos los campos de la vida, no
sólo en los académicos, sino también en los humanos, animándoles a ser felices,
a compartir sus sentimientos y pensamientos; a ayudarles a ser más empáticos,
cosa que dentro de un mundo globalizado que se ha vuelto excesivamente egoísta
e individualista, se presenta como una luz en medio de un océano oscuro.
Que un profesor se dedique a dar
beso y abrazos a los alumnos es cierto que se percibe como algo raro, pero quizá
debamos verlo como un acercamiento que consiga que los alumnos también sean más
receptivos a las enseñanzas del maestro, el cual se muestra como una persona,
no sólo como un mero profesor.
Durante mis años académicos, por
desgracia, cuento con los dedos de las manos los profesores que han conseguido
generar un interés en mí, más allá de si su materia me gustaba o no. Valoro
positivamente aquellos que mientras dan su lección, son capaces de ofrecer una
opinión personal y hacerte partícipe de ella, generando el nacimiento de una
idea en nosotros que puede o no coincidir con la suya, pero que de igual forma
tiene como resultado un pensamiento.
En tantos años ¿cuántas clases
soporíferas hemos tenido? ¿Cuántas veces hemos dicho “no me he enterado de nada” y sin embargo nos hemos quedado tan
panchos? Yo reconozco que en mi caso, han sido demasiadas. No se si habrá sido
algo malo o bueno, pues en cualquier caso académicamente no me ha ido mal, pero
sí debo reconocer que cuando sobre una enseñaza, en mi ha surgido una idea o
esa misma me ha hecho razonar y llegar a una conclusión de la que de otra forma
no me habría dado ni cuenta, un pensamiento crítico que ni siquiera me había
dado cuenta que estaba ahí, creo que en esos momentos de alguna forma me
estaban educomunicando, pero claro, yo aún no conocía esa palabra.
Durante años y si lo pensamos bien hasta hace poco, en la educación se ha valorado más la disciplina qué el enseñar y transmitir conocimientos a los alumnos. La educación se ha presentado como un sinónimo de alineación y si dudamos, no tenemos más que por ejemplo ver películas basadas en las escuelas de los años de dictadura española o en esos estrictos internados ingleses en los que los niños repiten y repiten hasta la saciedad las mismas palabras, los mismos axiomas, siempre igual, siempre programados.
Aunque nos asuste reconocerlo, la máxima de “la letra, con sangre entra”, estaba en la cabeza de la gran mayoría de docentes, y aunque no puedo afirmarlo con rotundidad, parece que disfrutaban aterrorizando a los alumnos con preguntas que si no se sabían, ocasionarían un buen reglazo en la punta de los dedos.
Cuando mis padres nos hablan de cuando eran pequeños y de su paso por el colegio, siempre han contado ese tipo de historias: de capones en la cabeza, calambres en los brazos sujetando libros y hasta de gorros con orejas de burro; y cuando les he preguntado si algún profesor era de otra forma, por la expresión de su cara, quedaba claro que no.
Puede que antes los profesores fueran “ese ladrillo en el muro”, pero eso ahora está cambiando. Las contribuciones de profesionales como Howard Gardner o Ken Robinson, son muestra de que la educación avanza y traza un recorrido mucho más amplio que el de la mera disciplina. No sólo se enseña y se educa, sino que se potencia la creación de individuos con ideas y aptitudes propias, que se entiende conforme pasen los años, les ayudarán a desarrollarse como personas libres, fuera de esa larga fila de rostros idénticos, que metafóricamente y como se puede ver en el video que has puesto, acaban siendo mera carne picada.